Malestar, dolor de cabeza, sudor, vista cansada, falta de concentración, escalofríos, etc. Muchos pequeños síntomas que nos inducen a que el individuo puede padecer un episodio de fiebre. Con una breve comprobación con nuestra palma de la mano en la frente y con la certeza del termómetro, es momento de preparar los paños con agua.
La fiebre es un síntoma muy común, y es la llamada de atención más clara del organismo a que algo no va bien. El sistema inmunológico actúa contra los agentes infecciosos, pero el gasto de energía o unas bajas defensas nos lleva a padecer un episodio febril que en numerosas ocasiones puede esconder algo más severo.
La fiebre
La fiebre es un signo común a la gran mayoría de las enfermedades infecciones, y es una reacción del organismo para favorecer la progresión de las células de defensa hacia el foco inflamatorio. Es cierto que ya no se le presta la misma atención que décadas atrás, pero las complicaciones que esconden, si que pueden merecerlas.
En condiciones normales del organismo, la temperatura se mantiene a lo largo del día con pequeñas oscilaciones entre los 36 y 37 ºC. La intensidad de la fiebre depende de la forma de reaccionar de cada organismo.
Por regla general, una elevación de la temperatura suele ir acompañada de molestias en la zona afectada: dolor de garganta, tos con mucosidades, molestias urinarias, diarreas o vómitos, dolor de oído, etc. En general estos dolores se pasan a los pocos días.
Cuando la fiebre es muy intensa con una grave afección del estado general, que aparece de forma brusca, que puede producir el delirio o convulsiones, o si se presenta rigidez en la nuca, no debe perderse el tiempo y buscar atención médica de inmediato.
Como ya hemos comentado, generalmente la fiebre ocasiona molestias moderadas y es poco dañina para la salud del enfermo, rara vez es necesario bajar de manera precipitada la temperatura, que por otro lado puede enmascarar el efecto y la evolución natural de la enfermedad. Repetimos, esto en caso de que sean episodios febriles moderados; no en caso de insolaciones o casos en los que los pacientes tengan insuficiencia cardíaca.
Los zumos de fruta y otras bebidas
El primer paso para una correcta atención de un enfermo con fiebre es el reposo absoluto en cama; se le deberá dar líquidos en abundancia para reponer las pérdidas debidas al sudor. Los zumos de fruta fresca, especialmente aquellas ricas en vitamina C, resultan ideales para este fin, ya que además contribuyen a combatir la infección. En otros casos deberá preferirse el ayuno completo, excluyendo la toma de agua según solicite el enfermo.
En las fiebres que se deban a trastornos digestivos, con vómitos y diarreas, esta última opción deberá escogerse como medida terapéutica inmediata, al menos durante las primeras 24 horas, y siempre y cuando el enfermo no sea un niño de corta edad o un anciano; en estos casos, se deberá administrar zumos de frutas o una solución de agua con sal y bicarbonato en pequeñas cantidades, disueltas junto con una cucharadita de miel.
La fiebre debida a enfermedades a enfermedades respiratorias o de la garganta, se deberá tratar con una ingestión abundante de agua, que contribuye a facilitar las secreciones de la mucosidad.
Muchas veces, la fiebre no es constante y puede llegar a desaparecer a lo largo del día para aparecer de nuevo por la noche; otras veces, la intensidad de la fiebre desaparece a las dos o tres días, lo cual no implica que la enfermedad que la ha originado haya desaparecido totalmente. Por ello, aparte del tratamiento inicial descrito, debe seguirse durante un periodo de una semana, una dieta líquida basada en zumos de fruta fresca, hortalizas y caldos vegetales para reponer sales minerales. Al final de la semana puede empezarse a tomar yogur y ensaladas, y seguir esta dieta durante 3 días más.
Este tipo de tratamiento también es muy útil en las infecciones de garganta que tienen tendencia a reaparecer o en infecciones de oído. El cuerpo dedica sus energías a la creación de anticuerpos contra los agentes causantes de la infección y consigue eliminar totalmente el foco de la inflamación, Permitiendo la regeneración de los tejidos u órganos que hayan sido afectados.
La dieta
Es muy probable que después de una enfermedad febril el paciente se encuentre débil durante un periodo de tiempo variable, según la intensidad y la duración del proceso. Desde luego, no es de extrañar el adelgazamiento que puede producir la dieta o el ayuno y la debilidad muscular que sobreviene después de varios días en cama, ya que el cuerpo está agotado después del esfuerzo realizado para eliminar los agentes infecciosos.
No debe pasar de de un día para otro de una alimentación líquida a una sólida, y más con alimentos de difícil digestión y ricos como carnes y pescados, condimentos y salsas. De manera progresiva cambiaremos la dieta, de los zumos a la dieta cruda, y de ésta a una dieta con verduras y caldos vegetales, que pueden incluir harinas, sémolas o pastas integrales.
La fruta fresca en forma de papillas o puddings, son muy fáciles de digerir por el enfermo, de manera que son ideales para el aporte de vitaminas y minerales que se han suprimido.
Durante algún tiempo se restringirá el consumo de leche y huevos, pero está permitido el consumo de yogur, principalmente si la fiebre ha sido causada por una infección o trastorno del aparato digestivo.
Se evitará las comidas que tengan mucha sal, evitaremos los alimentos industriales en pro de los caseros, las bebidas carbonatadas o con azúcares añadidos, el alcohol y el tabaco.
La fiebre en los niños
Durante la infancia, es muy probable que los niños respondan a los efectos de la fiebre con la pérdida del apetito y mal aliento. Si estos síntomas se presentan, nada más simple que añadir una cucharadita de miel al zumo de fruta, ya que reforzamos la glucosa del organismo que en el caso de los niños, se agota más fácilmente.
Nunca, después de un episodio de fiebre, debe intentarse que el enfermo recobre el peso perdido sobrealimentándolo. Si se ha perdido peso, esto se debe generalmente a la movilización de las reservas lipídicas (grasas), que no pueden ser restituidas de manera forzosa, sino escalonada.
¿Qué es más efectivo?
Si durante una enfermedad con fiebre se siguen los consejos dados, el organismo sale reforzado y con una gran capacidad de reacción a las infecciones y complicaciones futuras, ya que se ha respetado al máximo sus mecanismos de defensa y curación naturales.
En las infecciones, como en el resto de las enfermedades, la medicina natural requiere paciencia, saber esperar y, sobre todo, no forzar el organismo. Lo contrario a la tendencia de la medicina, que pretende un mayor rendimiento. La decisión de optar por una vía u otra es algo personal.